¿Te gusta tener una madre y un padre?

La frase “¿te gusta tener una madre y un padre?” formulada en otro tiempo podía parecer una pregunta absurda. Pero en estos días creo que puede ser oportuna.
Echando una mirada al pasado es posible que veamos luces y sombras en la relación que tuvimos con nuestros padres.
Si fijamos la atención en la parte negativa de estos recuerdos, podríamos encontrar momentos dolorosos donde tuvimos parte de culpa.
Seguramente también habrá quien rememore conflicto de pareja en sus padres donde ellos fueron involuntarios testigos.
Son recuerdos que vienen al presente. Y si pudiésemos, los cambiaríamos quitando los defectos de nuestros padres. Poniendo virtudes que echamos en falta en aquel momento en ellos. En un ejercicio de juez quizás un poco parcial.
Pero con todo y con esto, pienso que seguiríamos contestando que sí, que nos gustaría tener una madre y un padre.
Y exceptuando casos extremos, posiblemente se aproximarían mucho a los que hemos tenido.
Falta de origen.
Pero hay quien no ha tenido tanta suerte y se han visto privados de una madre, un padre o de ambos.
Esto ocurría de una forma más “natural” en tiempos pretéritos. Por la corta esperanza de vida, la mortalidad en el parto, la enfermedad, el abandono, etc.
En la modernidad que vivimos, podríamos añadir todo lo relacionado con las diversas tecnologías genéticas: fecundación artificial, clonación, etc. Donde óvulos, espermatozoides y embriones son tratados como piezas de un juego científico, olvidando la dignidad de la persona que es o está llamada a ser.
De una forma u otra, en todo momento al final hay una persona que verá la luz o que se perderá en el camino.
En un caso es responsable la propia naturaleza, con todo lo que tiene de grandiosa y misteriosa.
En el otro fue un alguien. Otra persona, que se ha tomado la libertad de jugar con otro ser humano, por un hipotético y discutible bien, con un barniz de ciencia y tecnología para que no se vea que se está manipulando a una persona.
Seguramente este alguien, no querría ser él el objeto de ese juego.
Experimentar la carencia.
Sea por motivos antiguos o modernos, tenemos que pensar que hay personas que no tienen la experiencia de ser hijo de una madre, de un padre o de ambos.
No está de más que nos pongamos en sus zapatos haciendo un ejercicio de empatía. Costoso porque consiste en eliminar una parte de nuestra realidad.
Al hacerlo seguramente podremos apreciar un vacío. Algo similar a lo que ocurre ante la pérdida de uno de nuestros seres más queridos, y que requiere un proceso de duelo.
Experimentamos una sensación de que algo se nos debe, y que no tenemos.
Si la vida nos haya llevado a la situación de no tener una madre, un padre o ambos, podemos decir que es duro, trágico y doloroso.
Pero que haya sido la elección deliberada de alguien quitándonos la posibilidad de tener una madre, un padre o ambos, me parece terrorífico. Un alguien, que se constituye en superior por el mero hecho de ser temporalmente anterior.
Deseo profundo
En todo esto que hemos comentado podemos intuir que a estas personas se les está arrebatando la experiencia de un amor total e ilimitado, que está profundamente relacionado con la dignidad como persona. Ser querido por lo que se es, una persona, un hijo; tan solo por eso.
Será muy difícil compensar esta carencia. Quién sabe si podrá ser recuperada cuando experimente la maternidad o la paternidad. Por cierto, cada vez más difícil de lograr en un ambiente enfermo de individualidad.
Este gustar tener una madre y un padre, señala un deseo que nace de una profunda bondad escondida en la maternidad y la paternidad. Subyace un amor incondicional que deseamos recibir, y que de igual forma estamos llamados a dar.
Un deseo se experimenta. Y después se puede seguir o rechazar haciendo uso de la voluntad y la inteligencia.
Pero si esconde una bondad profunda y la rechazamos, supone renunciar a lo que somos, seres inteligentes capaces de pensar y salir de nosotros mismos. Implicará renuncia a la dignidad personal, por oponernos a amar y ser amados de forma absoluta.
Tiempo para mirar.
Cada día nos levantamos y existimos en el tiempo que nos ha tocado vivir.
Como entramos en la Navidad miramos a un Niño en Belén.
Según la tradición y la religión cristiana es de doble naturaleza, divina y humana. Dios y hombre. Algo que quizás nos recuerda una plenitud, en la pequeñez y la inocencia de un niño.
Hay parte de nuestra sociedad que trata de esconder esto, la grandeza, la bondad de mirar a un niño. Como trata de esconder la grandeza y la bondad que se oculta en la maternidad, la paternidad y la filiación. Quizás son aquellos que no han tenido la suerte de estas experiencias. Porque si no es así, no se comprende este empeño.
Poder mirar a un niño al que también le podríamos preguntar ¿te gusta tener una madre y un padre? En una familia que aparece a nuestros ojos sin nada accesorio, sin hogar, forasteros y lejos de su casa, nos revela algo que nos humaniza, nos engrandece.
Por eso es necesario hoy en día como en cualquier otro tiempo, poder mirar y ver un conjunto de relaciones donde se palpa un amor incondicional, que habla de la plenitud que anhela la persona en lo más hondo de su intimidad.
¡Feliz Navidad!